miércoles, 5 de marzo de 2014

Palabras

Unos cuantos asuntos personales y profesionales me han tenido algunas semanas ocupado, sin dejarme el tiempo y el sosiego necesarios para escribir en el blog.

 

 Y la verdad es que en estos días han pasado un montón de cosas sobre las que me hubiera gustado escribir:desde cuestiones locales, como la Reforma del Ingreso Aragonés de Inserción, hasta más generales, como los lamentables sucesos de los inmigrantes en Ceuta o el debate sobre el Estado de la Nación.

 En todas ellas siempre me llaman la atención las palabras de los protagonistas. No sé por qué extraña razón, pero suelo sentirme "golpeado" en todos estos casos por alguna manifestación, alguna frase o alguna disertación de algún personaje en estas noticias.

 Uno de mis desarrollos profesionales es la psicoterapia. Allí he aprendido la importancia de las palabras y he podido comprobar hasta qué punto el lenguaje configura nuestra realidad. Entendemos y construimos el mundo a través del lenguaje, a través de las palabras.

  Las palabras curan, las palabras duelen, las palabras esconden, las palabras son difíciles de poner, las palabras nos acercan a otros... En suma, las palabras nos hacen humanos.

  Por eso me han parecido especialmente provocadoras unas palabras de nuestro loado Presidente del Gobierno en el Debate del Estado de la Nación. En contestación a la interpelación de un Diputado sobre diversos problemas, el Presidente le contestó que conocía muy bien esos problemas "pero más que hablar de ellos, lo que me preocupa es resolverlos".

  ¿De verdad piensa el Presidente que se pueden resolver los problemas sin hablar de ellos? Sé que estas manifestaciones pueden estar sacadas de contexto, pero no dejan de reflejar todo un estilo y una actitud de hacer política y de gobernar. "Yo soy un hombre de hechos, no de palabras", suelen presumir muchos de los políticos con los que me he encontrado. Detrás de ello no hay sino miedo. Miedo e inseguridad. Miedo a que el diálogo con el otro les haga cambiar o ponga en cuestión algunas de las certezas desde las que han construido su particular castillo.

  Pobre manera de ocuparse de los asuntos públicos, temas en los que el diálogo y la búsqueda del consenso mediante la participación de todos debería ser la máxima prioridad.

  Si alguien piensa que todo ello se puede hacer sin palabras yo lo tengo muy claro: piensa así porque no confía en ellas.

  Es decir, sus palabras no valen nada.

  Y hablando de palabras, la semana pasada tuve la oportunidad de acudir a la presentación del libro que nuestro compañero Joaquín Santos acaba de publicar: "El Sindrome Katrina. Por qué no sentimos la desigualdad como problema".  Aún no he tenido la oportunidad de leerlo entero, pero ya os digo que estas palabras (en este caso escritas) sí que valen.

  Entre otras cosas para denunciar la situación a la que la narrativa neoliberal (otras palabras), nos ha conducido: un mundo cada vez más injusto y con más sufrimiento para mucha gente.

   Un libro que nos demuestra que las palabras son nuestra mejor arma. Aunque nos las estén queriendo secuestrar.
 

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