martes, 27 de mayo de 2014

Una Europa de juguete.

No soy analista político, ni pretendo serlo. Pero en un blog como éste, donde procuro entre  otras cosas estar atento y reflexionar sobre las medidas de política social que se desarrollan en nuestro país, me parece obligado que dedique unas líneas a comentar las recientes Elecciones al Parlamento Europeo que acabamos de celebrar.



 Y la verdad es que me resulta difícil. Después de un par de días, cuando todos los partidos políticos y los medios de comunicación han analizado los resultados, la maraña de datos y valoraciones me sugieren sentimientos encontrados. A estas alturas ya no se si estoy desconcertado, esperanzado, preocupado, entristecido o ilusionado.

Os confieso que mi principal expectativa ante estas elecciones era observar si el dominio de las fuerzas conservadoras, con su adscripción inmisericorde a la doctrina neoliberal, estaba llegando a su fin. El fin de un modo de hacer política donde el dinero está por encima de las personas, y no a su servicio. El retorno a políticas más solidarias, mejor redistributivas, que reduzcan las desigualdades, que acaben con la pobreza.

Pues bien, mi primera impresión es que no.  Me gustaría creer que se está produciendo un giro, que la crisis ha servido para que repensásemos los valores desde los que se está construyendo Europa, que los incipientes movimientos revolucionarios están consiguiendo imponer ese cambio que necesita la sociedad o, al menos, el que anhelan las personas y familias que los están pasando mal en estos tiempos. Creo que no.

Observo demasiado poder y autocomplacencia en las clases dominantes y en los grandes partidos políticos. Y veo que ante ello se oponen demasiadas iniciativas fragmentadas, con dificultades todavía para ceder parte de “su” verdad y consensuar un verdadero y alternativo frente común. Y no es que desconfíe del poder que lo pequeño y sencillo tiene para transformar la realidad. Lo único que ocurre es que la historia de David contra Goliat no me la he terminado de creer nunca del todo.

David y Goliath, de Caravaggio (1600)
De todas maneras, estas elecciones me han dejado otra sensación. Por un lado, todos aludían a la importancia de las mismas, a lo mucho que lo que sucede y se decide en Europa tiene para la política nacional. Pero por otro es como si nadie se las estuviese tomando demasiado en serio. Eran como unas elecciones de juguete. Una prueba. Lo verdaderamente importante ocurrirá en las siguientes convocatorias de elecciones locales, autonómicas y nacionales.

En el fondo, debe ser verdad. Sólo así podemos explicar el altísimo porcentaje de abstención. Más de la mitad de la población con derecho a votar no lo ha ejercido. Lo cual además de preocupante (si de verdad nos creemos esa poderosa influencia de Europa), nos ha descubierto algún hecho paradójico. Por ejemplo, el apoyo que tiene el Partido Popular que gobierna nuestro país con una abrumadora mayoría absoluta y que nos está imponiendo sus recortes en derechos y prestaciones sociales sin ningún tipo de remilgo ni, por supuesto, ningún consenso o tan siquiera diálogo. Este partido político sólo está apoyado explícitamente por una de cada ocho personas.

Es decir, que un   porcentaje  cercano al 10 % de la población  está imponiendo su política al 90 % restante. Para reflexionar.

Y como os digo que dudo mucho que ninguno de los David a los que antes me he referido acierte con la pedrada, me atrevo a plantear algunas sugerencias para esa reflexión de cara a las próximas elecciones que se nos avecinan.

Aunque a sugerencia de Wang, lo dejaremos para la próxima entrada.

jueves, 15 de mayo de 2014

Violentados

Reniego de toda forma de violencia. Trabajar en Servicios Sociales me lleva a presenciar las múltiples y variadas formas en que los seres humanos somos capaces de hacernos daño. Y tener que asistir y proteger a las víctimas, tocar y sentir su sufrimiento, experimentar la dificultad de conseguir el cese del maltrato, me hace especialmente sensible ante el hecho violento.

La Guerra de Kurukshetra en una ilustración del Mahābhārata.
Lo cual, lo digo desde el principio, no me inmuniza para no ejercer la violencia. A veces me descubro comportándome de forma violenta en alguna situación o con alguien en concreto. Valgan mis más sinceras disculpas si con las palabras de este blog en alguna de sus entradas he podido herir a alguien. Aunque procuro estar atento, tal vez en alguna ocasión sobrepase la delgada línea de la acidez y la crítica para entrar en el terreno de la desconsideración o el insulto.

Aclaro esto porque siento que sólo desde este reconocimiento propio puedo comentar los últimos hechos violentos que han sido noticia en nuestro país. Unos han sido plenamente reconocidos y visibles, como el lamentable asesinato de la Presidenta de la Diputación de León, o como los comentarios que han justificado el crimen dada la condición de política de la misma o el modo caciquil con el que juzgaban que la ejercía.

Otros cuesta más reconocerlos, como los que han aprovechado para relacionar el asesinato con el descrédito y la "persecución" a los políticos o cuando acusan a las redes sociales de hacer apología de la violencia contra los mismos. En esta línea me han parecido especialmente violentas las declaraciones de la Alcaldesa de Valencia, relacionando sin relacionar el hecho con el clima de violencia social en el que, según ella, se halla inmersa nuestra sociedad.

Estas formas de violencia, como digo, son más difíciles de descubrir. A veces no, pues se realizan de una manera torpe y descarnada, pero en muchas ocasiones se tiñen de una sutileza que dificulta su identificación como actos violentos, aunque no por ello son menos dañinos y peligrosos.

 Yo suelo utilizar para descubrirlos una especie de prueba del nueve: estos segundos jamás son reconocidos por sus autores. Así como los primeros, en ciertas ocasiones, los autores terminan confesando, reconociendo y a veces mostrando arrepentimiento por lo que han cometido, en esta forma de violencia invisible y sutil sucede todo lo contrario. Jamás encontraremos un reconocimiento, como el que por ejemplo, ha hecho una de las causantes del crimen, reconociendo su autoría e incluso la inquina personal que lo motivó. O a otro nivel el reconocimiento de la concejal que ha dimitido tras sus desafortunadas declaraciones respecto al hecho.

Pero todavía hay otras formas de violencia que no suelen reconocerse como tal. Me refiero al desmontaje de derechos sociales y de protección social que estamos sufriendo. Violencia, al fin y al cabo, teñida de mentirosas justificaciones sobre la sostenibilidad del sistema, que tanto sufrimiento está causando a tantas personas condenadas a malvivir abandonadas a su suerte o a la caridad.


Triángulo de Galtung sobre los tipos de violencia

Y también está esa otra violencia que nos pasa desapercibida, de la que no nos enteramos. He comentado en otras ocasiones, hace ya un año, los terribles sucesos donde profesionales de la intervención social son agredidos y asesinados. Por aquel entonces me sorprendió (y me sigue sorprendiendo ahora) la frecuencia con la que ocurren estos sucesos. Me quedo con la sensación de que no se trata de meros accidentes, sino que tiene que ver con las condiciones en que ejercemos la intervención psicosocial, sin la suficiente protección ni medios. Lo cual también considero violencia.
 
Termino este incompleto y apresurado análisis de las formas de violencia con una que siempre me ha preocupado: el  no reconociento. Transcribo las palabras de Richard Sennet en su libro "El respeto, sobre la dignidad del hombre en un mundo de desigualdad", que no me canso de recomendar desde hace años:

"La falta de respeto, aunque menos agresiva que un insulto directo, puede adoptar una forma igualmente hiriente. Con la falta de respeto no se insulta a otra persona, pero tampoco se le concede reconocimiento; simplemente no se la ve como un ser humano integral cuya presencia importa."

Creo, por tanto, que la violencia no es algo ajeno a nosotros, ni fácil de descubrir ni erradicar. En todo caso, creo que como profesionales de lo social estamos obligados a denunciar todas sus formas y no sólo las más claras y aparentes.

El otro camino es hacernos cómplices.

martes, 13 de mayo de 2014

Identidad profesional

Hace ya unos años que conocí a Wang. Recuerdo cómo, en mis primeras conversaciones con él, intentaba explicarle a qué me dedicaba y le contaba los diversos aspectos de nuestra profesión. Y cómo frecuentemente, tras dejarme hablar un rato, bromeaba conmigo y zanjaba la conversación diciéndome que mis explicaciones "le sonaban a chino".


Viene esta anécdota a cuento de la reciente publicación de un estudio-investigación que el Colegio de Trabajadores Sociales de Aragón acaba de publicar, cuyos autores son Miguel Miranda y Luis Vilas, sobre la profesión de Trabajador/a Social en Aragón. Un documento bien interesante, del que lamento no poder poneros el enlace, pues sólo lo he encontrado de  manera restringida para colegiados. Supongo que en breve se hará más general.

Particularmente la lectura del informe me ha dejado un poso, no sé como definirlo, amargo. Más allá de los detalles específicos, que probablemente cambiarían mi percepción, la primera impresión global que me ha causado es la de una profesión con dificultades para situarse en la realidad social actual. Los autores dicen textualmente en sus conclusiones:

      "En este sentido nos atrevemos a afirmar que se intuyen no pocas inseguridades y un aparente, y persistente, "complejo de inferioridad", que comienza por la propia dificultad por definir el espacio "propio de la profesión" y las funciones específicas." (Pg. 97)


Mucho se ha escrito sobre la identidad profesional, sobre las dificultades de definición de nuestro objeto de intervención, sobre la compleja interrelación con el resto de disciplinas que se ocupan de "lo social". Creo que son múltiples las publicaciones que se ocupan de estos temas, y se encuentran bastante asequibles tanto en la red como en cualquier biblioteca universitaria. 

Por otro lado, en la práctica, estamos gestionando servicios y enfrentándonos a situaciones muy complejas, que requieren de un altísimo grado de especialización en gestión, en intervención psicosocial y en otros y variados campos.

Pero a pesar de toda esta producción científica y a pesar de estos desarrollos prácticos, no dejan de sorprenderme (y desesperanzarme un poco, lo confieso) estas autodefiniciones que nos hacemos. Por momentos parece que nos hemos estancado en una queja autocomplaciente sobre lo limitados que somos o sobre las pocas oportunidades que se nos dan, aunque la realidad nos demuestre lo contrario.

Yo me pregunto cómo si nos sentimos inseguros, inferiores y con dificultades para definirmos, vamos a afrontar la ingente tarea que tenemos como trabajadores sociales. Tanto a niveles microsistémicos o individuales como más generales y sociales, hemos de posicionarnos como profesionales capaces de encauzar y liderar los cambios necesarios para una mejor calidad de vida y bienestar social.

En este sentido los autores señalan en las conclusiones:

   "En los próximos años deberemos aplicarnos a reflexionar sobre qué tipo de trabajador social y qué acción ha de realizar, teniendo en cuenta que el trabajador social es un líder y su acción se cimenta en facilitar el desarrollo de las capacidades, valorando su diversidad y explorando los conflictos de manera constructiva, de las personas y los grupos que le son encomendados o que tienen relación con él o con ella." (Pg. 101)

En este tema del liderazgo, yo suelo utilizar para comprenderlo y explicarlo dos metáforas. Esta función del trabajador social me parece un híbrido entre director de orquesta y el aceite en los coches. Al final, somos los responsables de que la intervención social "suene bien afinada" y que todo ruede de la mejor manera hacia la consecución de los objetivos.

 Así pues, le haremos caso a los autores del estudio y nos aplicaremos a reflexionar. Y para ello, entre otras cosas y foros, la profesión tiene por ejemplo una buena oportunidad en las Jornadas Estatales de Servicios Sociales Municipales que se van a celebrar próximamente.

Será, sin duda, un buen momento para hacerlo.